InicioActualidadDunas del litoral: hay que valorarlas y cuidarlas

El edificio de departamentos residenciales de alto costo que quedó a punto de derrumbarse producto del colapso de las dunas de Concón, será una de las escenas que más se recuerde de las devastadoras lluvias de agosto.

Un alud de arena al lado de esta edificación de 25 pisos reflotó la polémica de las autorizaciones de construcción en estos santuarios de la naturaleza que, por su composición, tienen suelos no aptos para este tipo de construcciones.

 

Fuente: Ladera sur

Las dunas litorales son mucho más que montículos de arena en los que alguna vez hemos jugado estando en la playa; más que esos relieves arenosos entretenidos de escalar y bajar, dejándose resbalar. Estas acumulaciones de arena, que pueden tener miles de años, se han formado a partir de sedimentos transportados o removidos por acción del viento y cumplen un rol fundamental en la protección de zonas costeras pobladas y en la mantención del equilibrio ecológico.

Las dunas actúan como un biombo natural entre el océano y las zonas interiores. Son infraestructura verde que aminora o detiene los efectos de los temporales y de las crecidas del mar, como aquellas que azotaron la costa central de Chile el año pasado. Además, filtran agua y recargan las napas freáticas; son el hábitat de plantas y animales muy particulares, suelen contener restos arqueológicos y, sin duda, son fuente de recreación y belleza paisajística, lo que incentiva el turismo. Las dunas, también funcionan como bancos para proveer de arena a las playas y permitir que se recuperen después de erosionarse.  Al modificarse o destruirse, por ende, las playas se quedan sin reservas de arena y, por lo tanto, más expuestas a su deterioro.

 

Las dunas pueden ser activas e ir cambiando de forma con el viento, o bien, pueden ser estables gracias a una capa vegetal que impide el desplazamiento de la arena. A medida que las dunas se forman se inicia una sucesión vegetal natural sobre ellas, con especies muy particulares y verdaderamente pioneras, que deben ser capaces de desarrollarse en un ambiente salino, con escasa disponibilidad de agua y nutrientes en el suelo, y expuestas a un viento abrasivo cargado de arena. Para superar esas condiciones, estas plantas tienen gran capacidad de fijar nitrógeno, bajos niveles de transpiración y raíces profundas capaces de aglutinar la arena, evitando su desplazamiento hacia zonas pobladas, suelos agrícolas o, en general, tierras fértiles. Por eso se llaman dunas inactivas.

Distinto a lo que pudiera pensarse de un país como el nuestro, las dunas de arena son un bien sumamente escaso: de los 4.200 kilómetros de costa lineal que tiene Chile, apenas un 5% corresponde a playa y dunas; el resto es rocoso, según indica el Instituto de Geografía de la Universidad Católica de Chile.

Son importantes y escasas y, sin embargo, están expuestas a una serie de amenazas antrópicas como la expansión inmobiliaria, que permanentemente muestra interés por construir sobre las dunas, como ha ocurrido en Ritoque; o la industria minera que, como en el caso de las dunas de Putú, quiso extraer litio, hierro, titanio y vanadio; o el tránsito de vehículos motorizados que destruyen la vegetación de dunas como las de Santo Domingo.

 

La próxima vez que vayamos a playas con dunas, en vez de escalarlas y con ello aportar a su erosión, mirémoslas con respeto y valorémoslas, porque nacieron hace miles –incluso millones– de años, y porque ahora ya sabemos lo importantes que son para mantener el equilibrio ecológico de la costa, y conocemos los servicios que nos brindan y que, de otra forma, tendríamos que suplir artificialmente.