“Si alguien en Chile ha encarnado la poderosa, y por cierto, conflictiva, relación entre obra y vida, entre escritura y pasión, entre las palabras y lo que las mantiene vivas es, sin lugar a dudas, Raúl Zurita. Un poeta que no en mucho celebra medio siglo de escritura ininterrumpida desde “El Sermón de la Montaña”, comenzado en 1969 y publicado en 1971. Y no tan solo me refiero a su deslumbrante lírica, reconocida con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2016, sino también a la clarividencia de sus ensayos y artículos, a la sensibilidad y visión de sus escenas narrativas, a sus notables traducciones de clásicos como Shakespeare o Dante, e incluso a la inusitada profundidad que encontramos en las entrevistas que por lo general concede a medios de todo el mundo. Asimismo, desde sus más desesperados actos infligidos sobre su cuerpo hasta las más alucinantes acciones de arte junto a CADA y en solitario, pasando por sus inolvidables poemas en el cielo, el desierto, y ojalá pronto, en los acantilados del norte de Chile, es que insoslayablemente estamos ante una obra conmovedora, sin límites y única en lo que fue el siglo XX y en lo que va del XXI”.
(Héctor Hernández Montecinos. Del prólogo a Verás)
PASTORAL DE CHILE / Raúl Zurita
II
Los pastos crecían cuando te encontré acurrucada
 tiritando de frío entre los muros
 Entonces te tomé
 con mis manos lavé tu cara
 y ambos temblamos de alegría cuando te pedí
 que te vinieses conmigo
 Porque ya la soledad no era
 yo te vi llorar alzando hasta mí tus párpados quemados
 Así vimos florecer el desierto
 así escuchamos los pájaros de nuevo cantar
 sobre las rocas de los páramos que quisimos
 Así estuvimos entre los pastos crecidos
 y nos hicimos y nos prometimos para siempre
 Pero tú no cumpliste, tú te olvidaste
 de cuando te encontré y no eras más que una esquirla
 en el camino. Te olvidaste
 y tus párpados y tus piernas se abrieron para otros
 Por otros quemaste tus ojos
 Se secaron los pastos y el desierto me fue al alma
 como un hierro al rojo sentí las pupilas
 al mirarte manoseada por tus nuevos amigos
 nada más que para enfurecerme
 Pero yo te seguí queriendo
 no me olvidé de ti y por todas partes pregunté
 si te habían visto y te encontré de nuevo
 para que de nuevo me dejaras
 Todo Chile se volvió sangre al ver tus fornicaciones
 Pero yo te seguí queriendo y volveré a buscarte
 y nuevamente te abrazaré sobre la tierra reseca
 para pedirte otra vez que seas mi mujer
 Los pastos de Chile volverán a revivir
 El desierto de Atacama florecerá de alegría
 las playas cantarán y bailarán para cuando avergonzada
 vuelvas conmigo para siempre
 y yo te haya perdonado todo lo que me has hecho
 ¡hija de mi patria!
III
Allá va la que fue mi amor, qué más podría decirle
 si ya ni mis gemidos conmueven
 a la que ayer arrastraba su espalda por las piedras
 Pero hasta las cenizas recuerdan cuando no era
 nadie y aún están los muros contra los que llorando
 aplastaba su cara mientras al verla
 la gente se decía “Vámonos por otro lado”
 y hacían un recodo sólo para no pasar cerca de ella
 pero yo reparé en ti
 sólo yo me compadecí de esos harapos
 y te limpié las llagas y te tapé, contigo hice agua
 de las piedras para que nos laváramos
 y el mismo cielo fue una fiesta cuando te regalé
 los vestidos más lindos para que la gente te respetara
 Ahora caminas por las calles como si nada de esto
 hubiese en verdad sucedido
 ofreciéndote al primero que pase
 Pero yo no me olvido
 de cuando hacían un recodo para no verte
 y aun tiemblo de ira ante quienes riendo te decían
 “ponte de espalda” y tu espalda se hacía un camino
 por donde pasaba la gente
 Pero porque tampoco me olvido del color del pasto
 cuando me querías ni del azul
 del cielo acompañando tu vestido nuevo
 perdonaré tus devaneos
 Apartaré de ti mi rabia y rencor
 y si te encuentro nuevamente, en ti me iré amando
 incluso a tus malditos cabrones
 Cuando vuelvas a quererme
 y arrepentida los recuerdos se te hayan hecho ácido
 deshaciendo las cadenas de tu cuello
 y corras emocionada a abrazarme
 y Chile se ilumine y los pastos relumbren.
IV
Son espejismos las ciudades
 no corren los trenes, nadie camina por las calles
 y todo está en silencio
 como si hubiera huelga general
 Pero porque todo está hecho para tu olvido
 y yo mismo dudo si soy muerto o viviente
 tal vez ni mis brazos puedan cruzarse sobre mi pecho
 acostumbrados como estaban al contorno de tu cuerpo
 Pero aunque no sobrevivirán muchas cosas
 Y es cierto que mis ojos no serán mis ojos
 ni mi carne será mi carne
 y que Chile entero te está olvidando
 Que se me derritan los ojos en el rostro
 si yo me olvido de ti
 Que se crucen los milenios y los ríos se hagan azufre
 y mis lágrimas ácido quemándome la cara
 si me obligan a olvidarte
 Porque aunque hay miles de mujeres en quien poder alegrarse
 y basta un golpe de manos
 para que vuelvan a poblarse las calles
 no reverdecerán los pastos
 no sonarán los teléfonos ni correrán los trenes
 si no te alzas tú, la renacida entre los muertos
 Hoy se han secado los últimos valles
 y quizás ya no haya nadie
 con quien poder hablar sobre la tierra
 Pero aunque eso suceda
 y Chile entero no sea más que una tumba
 y el universo la tumba de una tumba
 ¡Despiértate tú, desmayada, y dime que me quieres!